Minuetto
Apareciste. Caminé contigo por las calles de Lagos, un pueblo encantador. Nos perdimos entre la noche y las angostas ruas das pedras. Al principio, caminamos con pasos diminutos, volviendo a conectarnos de a pocos, al tempo más natural de todos. Una parte de mi, solo quería que te detuvieras para tomarte de la mano, pero aún no era el momento.
Después de divagar por el pueblo, entre palabras y pensamientos que no eran tan tangibles aún, encontramos un lugar. Un pequeño bar, con una luz tenue, mesas de madera más vacías que llenas y en el fondo, se escuchaba un fado suave que se combinaba con las carcajadas aceleradas de los últimos sobrevivientes de aquella noche. Aquella combinación sólo personificaba lo que yo sentía. Íbamos a un ritmo suave,pero mi corazón sólo corría. Aún no lograba establecer la armonía de los elementos que me rodeaban.
Hasta que te sentaste conmigo en una mesa apartada del pequeño tumulto de gente. Primero, un poco distante, pero luego te fuiste acercando, con miradas y con palabras que finalmente lograron tomarme de la mano. Los sorbos de vino sólo armonizaron más el momento y fue como si de pronto, estuviéramos sólo tú y yo. Las risas ajenas habían desaparecido y sólo se escuchaban las nuestras.
Nos dimos un par de besos, pero era tanto lo que quería escuchar de ti, que no quería callarte más la boca con ellos. Me hablaste del pasado, del tuyo y del nuestro. Del momento en el que habíamos tomado caminos diferentes antes y de lo que hizo que estuvieras ahí sentado conmigo, nuevamente. Me acuerdo que te miraba, te escuchaba y por momentos, no entendía que lo que estaba pasando era real. Una parte de mi sólo quería detener el tiempo, escuchar más de ti, evitar que pasaran los minutos, y que tuvieras que irte de nuevo.
Y entonces, cambiamos de ritmo, de lugar. Nos acostamos juntos, siempre bajo la oscuridad de la noche y tus manos empezaron a tocarme por primera vez. Al principio, las sentí como manos ajenas y frías. Pero luego, con su delicadeza, mi cuerpo reconoció el ligero calor que se había encendido en la conversación previa. Y poco a poco, empecé a sentir más. Introdujiste tus dedos en mi para sentirme cada vez más profundamente. Esa noche no hicimos el amor. No fue necesario. Los dos experimentamos igual una especie de clímax y luego, volvimos a marcar el minuetto al quedarnos dormidos por unos minutos.
Y el tiempo voló, se nos acabaron las copas, las caricias y las palabras. Te fuiste unas horas después. Me dejaste ilusionada, despertaste algo en mi y no es hasta ahora que lo expreso en palabras, donde me doy cuenta cuánto significó aquella noche para mi. Me seguí descubriendo y a través de ello, te descubrí nuevamente. Habían pasado más de tres años desde que no nos veíamos, que no sabíamos que había sido de la vida del otro, pero aún así, compartimos algo especial aquella noche.
Marcó el inició de una nueva etapa contigo. Volviste a mi vida para combinar nuestras sintonías y crear una melodía de unión, de complicidad. Una sinfonía de duración infinita con movimientos de amor, que se puede oír con tal sólo cerrar los ojos y que nos lleva a sonreír desde el corazón para siempre escuchar sólo nuestras risas.
Como lo hicimos aquella noche.